5 febrero, 2022
Elena (35), Luisa (46) y Maria Teresa (66) son tres mujeres a las que diagnosticaron en momentos muy distintos. Curadas o no, hablan de su experiencia para concienciar de que este tumor puede aparecer en cualquier edad.
Elena, Luisa y María Teresa no se conocen de nada, ni siquiera comparten la misma edad, pero hay algo que las une y que es inexplicable para quien no lo haya vivido: las tres han pasado por un cáncer de mama. A cada una la enfermedad le llegó en un momento distinto de su vida y las cambió para siempre. Ellas son el ejemplo de que el cáncer no entiende de edades y puede aparecer en cualquier momento.
Elena lo descubrió a los 33: “Yo me lo note duchándome”. Estaba practicando la autoexploración, el método recomendado para detectar anomalías en las mamas mediante palpación, cuando notó algo extraño. “Era un triple positivo, un tipo de cáncer que responde a las hormonas estrógeno y progesterona, el pack completo”.
A Luisa le detectaron la enfermedad con 43 años y, desde entonces, explica que ha sufrido “una mastectomía radical con vaciamiento de ganglios”. “He pasado por miles de pruebas: radioterapia, hormonoterapia… Me han reconstruido las mamas y hace unos meses tuve una progresión en los huesos”, cuenta. Dos años después, tiene clara su situación: “El mejor de mis escenarios es que puedan cronificar la enfermedad para que no siga avanzando”.
Para Maria Teresa ha pasado bastante más tiempo desde que le dieron la noticia a sus 57 años. Ahora, con 66 y jubilada, piensa en ese momento y admite que “fue un palo porque no te lo esperas nunca”. En su caso, se hacía mamografías “todos los años”, aunque el diagnóstico no fue una sorpresa del todo: “Yo ya sospechaba algo cuando fui, notaba cambios en la mama, un pezón retraído”.
Recibir el diagnóstico
Nadie sabe cómo reaccionar cuando te comunican que tienes cáncer, “aunque lo vas asimilando cuando te empiezan a hacer tantas pruebas. Sabes que hay algo que está fallando, pero cuando te lo verbalizan caes en shock“, explica Luisa. Ella decidió realizarse todas las pruebas en secreto, sin decirle nada a su familia. “Recuerdo que dije: ‘cualquier cosa después de la comunión de mi hijo’. Mi obsesión era no fallarle, no entristecer su momento. Fue como… ahora no me viene bien, como si pudiésemos dar la bienvenida al cáncer cuando nos convenga”. Ella esperó a una mañana de domingo para contárselo a sus hijos. “Lo que sientes es culpa cuando te lo dicen. Culpa porque no podía caer enferma porque soy madre, porque no me acordaba de cuándo había sido la última revisión”.
“Lo que sientes es culpa cuando te lo dicen. Culpa porque no podía caer enferma porque soy madre, porque no me acordaba de cuándo había sido la última revisión”
María Teresa tuvo una reacción similar y no quiso decírselo a su hijo, que estaba en Navarra estudiando, hasta que terminara los exámenes. “Me preocupaban esas cosas, lo de alrededor, más que la enfermedad en sí”, rememora de ese día en el que la acompañó su vecina enfermera al hospital. “Me entraron nervios, miedo no, porque pensé que lo habíamos pillado y lo iba a pasar, nunca he asociado la enfermedad con la muerte“.
“Yo me quedé en shock”. Tras la biopsia, Elena acudió a la consulta del médico con su madre y una amiga, pero no fue hasta horas después cuando lo asimiló por completo. Llevó su enfermedad muy discretamente “porque no quería generar penas ni oír el ‘pobrecita que tiene cáncer’”.
El después
“Dicen que es un paréntesis, pero he aprendido que no es un paréntesis que se abre y se cierra, sino que es una etapa nueva y completamente distinta. Las secuelas van a estar contigo siempre, no hablamos de ellas porque son tabú, tienes que dar las gracias por haberte curado y no puedes quejarte”. Elena ha pasado por quimioterapia, cirugía, radioterapia, inmunoterapia y aún le quedan cuatro años de hormonoterapia. Aunque hace año y medio que acabó la quimio, sus efectos secundarios ya son su nueva realidad.
Es una visión de la vida después de la enfermedad que comparte Maria Teresa: “Tener cáncer es empezar otra vez de nuevo cuando acabas el tratamiento”. Su tumor estaba en un estadio anterior al terminal, con metástasis múltiples en la axila. Tuvieron que realizarle una mastectomía radical, incluido el músculo del pectoral, y sabe que su brazo nunca volverá a funcionar como antes.
“Tener cáncer es empezar otra vez de nuevo cuando acabas el tratamiento”
Cambio vital
Luisa, que sigue con la enfermedad, cree que “hay alrededor del cáncer una especie de aura donde todas nos vestimos de rosa y nos vemos muy felices, pero hay que vivir el día a día, las secuelas, cómo te cambia ya no solo tu cuerpo, sino tu estado de ánimo, tus fuerzas y tu mentalidad. Prácticamente es imposible ser la misma persona que eras antes, eres distinta”.
Cuando Elena, que ahora tiene 35, piensa en lo que podría haber sido su vida con 33 años sin cáncer, tiene claro qué ha perdido: “He reducido las posibilidades de ser madre a cuatro óvulos congelados cuando tenga 40 años”. Nunca ha tenido un fuerte deseo por tener hijos, pero por su edad, en su entorno casi todas sus amigas ya eran mamás. “Cuando te dicen que a lo mejor no puedes ser madre, piensas ‘vaya, a lo mejor sí quiero serlo’. Es una parte que el cáncer me ha quitado”. A eso se le suma el no haber podido divertirse como cualquiera en esa edad al estar “presa de la cama” porque el tratamiento le impedía siquiera hablar por teléfono.
“El cáncer me ha quitado sentirme mujer”. A Luisa le realizaron una doble mastectomía y, al igual que Elena, la sometieron a una castración química. Para ellas, la pérdida de la menstruación y la llegada de la menopausia a raíz de la quimioterapia es lo que hizo que dejaran de sentir su feminidad. “Este cáncer para nosotras es devastador porque dejas de ser mujer”, coincide Elena.
“El cáncer me ha quitado sentirme mujer”
Sorprende que María Teresa, curada hace ocho años, ha logrado verlo con otro punto de vista: “Empecé a apreciar cosas que antes no valoraba. Me di cuenta de que me encantaban los árboles, me olía la hierba como nunca antes…”
En los ojos de los otros
Tanto Elena como Luisa coinciden en que la reacción de los demás ha sido muy hiriente. “Es una enfermedad muy larga y te das cuenta de que te dejan de lado sin querer. A la gente le viene muy grande”, resume Elena, quien asegura que “aún estando siempre con mi familia y amigos, tuve esa sensación de vacío, de soledad pura”.
Ese miedo a ser “el monotema” por repetir que no se encuentran bien es lo que muchas veces les hace sentir desamparo. “El no querer dar pena, que no te traten como una pobrecita. No somos ni eso ni superheroínas, somos mujeres que estamos pasando por una circunstancia difícil y lo que necesitamos es apoyo”, resume Fernanda.
Para evitar esas situaciones, Elena tiene un aviso para todos los que traten con un paciente oncológico: “Escucha más, habla menos, cuida, acompaña, empatiza y no intentes dar consejos que puedan desautorizar al doctor”.